QUASIMODO O LA NOBLEZA DEL CORAZÓN

 

 


     Desde aquí arriba observo cómo el mundo va cambiando. Todo es igual pero distinto a la vez. Parece que nada pasa, pero en un instante, todo puede cambiar. Hubo un tiempo, en el que quise formar parte del mundo. Quise saber qué se siente al ser uno más. Sin embargo, me arrepentí muchísimo. 

Siempre creí a mi maestro o a mi padre. Le vi como la única persona capaz de darme amor. Al ser yo alguien abandonado, menospreciado y condenado a ser repudiado; interioricé que no hay acto de amor más grande que salvar la vida de alguien que por ser diferente, a ojos del resto, parece no merecer vivir (o eso es lo que yo siempre creí). Claro que por aquel entonces, yo no entendía que amor, no es sinónimo de obligación. Supongo que por eso, le quise, le respeté y fue lo más parecido a un padre para mí. Me encerró aquí, en el campanario de Notre Dame y me enseñó a tocar las campanas y a leer. Gárgolas y campanas fueron mis más preciadas amigas y los libros, un horizonte que explorar. En ellos, descubrí los elementos necesarios para comprender la naturaleza humana y experimentar todo lo que otros sí podían sentir y vivir. En ellos, entendí que por ser capaz de sentir, podía ser parte de la humanidad. Pero creo que me equivoqué. 

Siempre fui muy ingenuo. Desde pequeño, mi espacio vital fue esta buhardilla. Comía, dormía, leía y trabajaba aquí. Sentado al lado de las gárgolas y mimetizándome con ellas, contemplaba desde arriba del campanario cómo las personas hacían sus vidas, contemplaba lo impredecibles y contradictorios que podemos ser. La gente compraba en el mercado o intercambiaba bienes. Veía, como las parejas se paseaban de la mano y los niños jugaban. Sabía que yo, era diferente, que no me podían ver, porqué era como bien dijo Frollo, deforme y feo. La gente no está, ni estaba preparada para ver algo tan horrendo como yo. Era pura mueca, jorobado, medio ciego, sordo y deforme. Y así lo experimenté, el día que decidí desobedecer. El día que bajé del campanario, sufrí la mayor humillación que jamás nadie haya padecido. Fue entonces, cuando entendí que el ser humano no es bueno  por naturaleza. Tiene la capacidad de serlo, pero muchas veces se aleja de ella.

La gente no mostró ni un atisbo de compasión. Me ataron a una rueda, me tiraron todo tipo de cosas, se burlaron de mi aspecto sin ni siquiera conocerme, me hicieron rodar, hasta casi perdí el conocimiento. Pensé que ese sería mi final. Sólo ella se acercó a mi, sin miedo, me limpió la cara y me dio agua para beber. Todos la acusaron de imprudente, de bruja. Normalmente, cuando alguien hace algo que el resto no haría, se tiende a marginarlo y a ningunearlo, se tiende a desacreditarlo. Y eso es lo que hicieron con ella. Pero ella, no hizo caso. Su mirada, entre cientos, fue la única que me mostró un atisbo de compasión. 

Éramos el dia y la noche, pero compartíamos algo, eramos diferentes físicamente y etnicamente, pero iguales en sentimiento. Se llamaba Esmeralda y era gitana, un pueblo que por aquel entonces era bastante discriminado; la gente pensaba que eran ladrones. Entendí que las almas conectan, que aman, que se conocen y reconocen. La bondad es algo que puede palparse en las acciones. No se valora, pero se siente y es algo necesario, primordial. Es lo que puede y debe dar un nuevo rumbo al mundo aunque muy a menudo, se olvide. 

Ella, fue quizás, la primera persona que no me juzgó. No se asustó, me aceptó y por eso se convirtió en mi gran amor. Por ella viví y morí. Por ella maté, por ella creí que la muerte podía unir más que la vida. Y en realidad así fue. Morir para mí, supuso acabar con un sufrimiento que no podía soportar. A pesar de estar acostumbrado a pasarlo mal, al dolor tanto físico como emocional, al ella partir, supe que sin ella, yo, ya jamás podría realmente vivir. 

Hay una estigmatización muy grande entorno a todos aquellos que son diferentes. Se cree que la diferencia es mala, cuando en realidad, en la diferencia, se halla la virtud. El problema es que quizás no sabemos verla ni apreciarla, es más fácil juzgar que comprender. Vivís en una sociedad muy cómoda. Una sociedad que margina a muchas personas, deja de lado corazones cuyos latidos, piden ayuda a gritos. Piden amor, piden caridad, solidaridad y bondad. Pero habéis aprendido a no escucharlos. Os habéis vuelto sordos, ciegos y mudos ante las injusticias que asolan el planeta. 

Desde aquí arriba, he visto con una inmensa tristeza como el mundo se ha ido globalizando y cómo tan sólo aquellos que poseen suficiente dinero para vivir, ver, pasear, viajar y soñar, son aceptados. Sois muy aporafóbicos, tenéis miedo al que no tiene nada y no tenéis en cuenta su dignidad. Al revés, para defenderos y protegeros del personaje y la fantasía que habéis creado, les denigráis. El tener; gana al ser y creéis que sois en función de lo material que poséeis. Yo no tuve nada, pero intenté darlo todo, me arriesgué a ser aceptado y recibí odio. Hoy, los que son diferentes ya sea en cuestión de raza, étnia o nivel económico tan sólo reciben indiferencia. Es muy duro ver como os habéis convertido en seres que han olvidado lo que es la humanidad. Es muy duro ver que ya no sabéis lo que sois en realidad. Saber que pensáis, que sin lujos, pertenencias materiales y dinero, no sois nada. 

Humanidad; es ver y reconocer el alma del otro. No sólo su aspecto físico o su nivel económico. Humanidad; es todo lo que a mí, por ser así, se me negó. Es algo que debe aprenderse. Es normal que no lo tengáis si renegáis de ello, si valoráis mascaras en lugar de esencias, cosas materiales que no llevan a nada. La verdad es que os estáis deshumanizando y ni siquiera os dáis cuenta de ello.

Parecéis fomentar lo contrario a lo que os ha hecho evolucionar. Culto al dinero y a la propiedad privada, la competición en lugar de la cooperación, el materialismo en vez del espiritualismo. La economía en lugar de las humanidades. Creo que deberíais preguntaros ¿cómo y en base a qué medís la vida humana? 

Evolucionar, no es obligar al mundo a cambiar, sinó que es obligarse a uno mismo a cambiar en pro de los demás. Es hacer el esfuerzo de entender y comprender que la medida del alma no puede medirse a través del materialismo. La medida de los corazones se mide a partir de aquello que somos capaces de dar, de legar. Amar es ser, comprender y aceptar. Apreciar la diferencia, puede significar crecer como seres humanos plenos.  

El eco de mi voz suena con el eco de las campanas, escuchadme y escuchaos. Nadie merece pensar que sus amigos pueden ser solo piedras. Nadie merece creer que no merece vivir entre los muros que su misma especie ha construido. Nadie merece creer que es inferior. La vida, no es competición. Es aceptación y cooperación.

A vuestro juicio, yo fui casi humano (como bien mi nombre indica). Pero la verdad es que, en realidad, si vamos más allá de un cuerpo y una cara deforme, fui más humano que muchos. No todos los corazones comprenden que la lealtad, la nobleza y el amor son sus brújulas. No muchos entienden que el amor define y modela miles de almas que no encuentran su voz entre tanta máscara. No muchos entienden que hay alguien que se ha sentido igual, que les comprende, entiende y apoya. No muchos toman la decisión consciente de ser verdaderamente humanos. 

El mundo es duro, cruel y triste o eso, me dijo Frollo. Ahora, sé que el mundo es lo que aquellos que habitamos en él, decidimos que sea. Recordad que más allá de cuerpos, somos almas. Siempre lo hemos sido y seguramente, una vez abandonemos el cuerpo flácido, viejo y deforme, sigamos siendo almas metamorfoseadas en recuerdos e historias y ese es el mayor legado que podemos dejar. Nadie muere mientras otros le recuerden; recordarlo. 

 

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