PENÉLOPE: REPENSAR LA DISTANCIA
Quien espera, desespera. Es difícil aceptar según qué situaciones que la vida. Es difícil saber que la persona que más amas puede que no vuelva. Es difícil hacer entender a un hombre que su patria no es o no debería ser un trozo de tierra, sino que debería ser el corazón de su mujer y de aquellos que le aman. No voy a recriminar nada a un marido que intentó ayudar a Grecia a vencer a los Troyanos. Pero sí diré que es injusto para quienes no creen en las guerras tener que luchar en ellas.
En realidad, si lo pienso fríamente, se me ocurre cúan frágil es la naturaleza humana; cuán insignificantes somos y cómo los de arriba, nos utilizan como peones. La batalla de Troya no fue causada por los mortales como se piensa ingenuamente, sino que fue causada por todo el conflicto que tuvo lugar durante la boda de Tetis y Peleo. Los dioses, a pesar que creamos lo contrario, son tan imperfectos como los seres humanos y pueden cometer errores fatales que después afectarán y salpicarán a otros. No invitar a Eris a la boda, fue uno de ellos. No querer asumir la responsabilidad de decir qué diosa era la más bella y pasársela a Paris, fue otra. Prometer a la mujer más bella a Paris, también. Fue todo un intento desesperado de salvar egos inflados y heridos; preservar cobardías escondidas para no ensuciarse las manos pero pretender que otros lo hiciesen.
Al final, no pensar ni analizar las consecuencias de nuestros actos, dejarnos llevar por la soberbia, la cobardía, el miedo, la ambición, el odio o amor desmedido lleva a eventos y resultados nefastos. Troya, fue un ejemplo de ello. Toda guerra es también es el reflejo de esa inconsciencia, de esa falta de análisis y empatía con los demás. Zeus, empezó esto. Así como hoy os pasa, la cobardía de aquellos que ordenan ataques contra inocentes pero no los perpetran con sus propias manos sino a través de otros, les hace ser unos malos líderes que no merecen el respeto que el pueblo les brinda. Pero el pueblo está demasiado centrado en sí mismo como para reconocer a otros.
En realidad, nada ha cambiado. El rey, dios, presidente o autoridad ordena los ataques y los demás, los ejecutan. Hoy, los habitantes de ciertos países, creen que por no ir a luchar y matar, no se ensucian las manos, pero, en realidad y de manera indirecta, sí lo hacen. Vivir bajo las órdenes de ciertos gobiernos cuya única preocupación es mantener a flote el poder económico a costa del sufrimiento de otros, os hace tan culpables o más que aquellos que matan en el campo de batalla.
En pro de algo llamado estado de bienestar, de la economía, vendéis (o vuestro gobierno) vende armas a los genocidas. Así que estáis comerciando con objetos que matan a cambio de dinero para poder seguir manteniendo un estilo de vida que os va a llevar a la más absoluta ruina y miseria. Un estilo de vida que daña al planeta, a vuestro hogar, a la humanidad y todo por no renunciar a lujos y necesidades autoimpuestas que sólo una parte de la población, puede permitirse, a costa del resto.
Los gobernantes no quieren sacrificar el bienestar de quienes les mantienen en el poder pero sin embargo, en nombre de su país y su gente, sacrifican las vidas de personas inocentes que no han hecho nada para merecer un destino tan cruel a manos de seres soberbios, indiferentes al sufrimiento ajeno que no entienden sentimientos tan universales como la humanidad, la compasión, el respeto o la empatía. Si la igualdad es un derecho, debería aplicarse a todos los seres humanos por igual. Pero, desafortunadamente, es un derecho de palabra y no de facto.
Los líderes de hoy, no son auténticos líderes. Odiseo partió con un ejército, dispuesto a sacrificar su vida para salvar la de sus compatriotas. Hoy, los líderes ordenan masacres desde los despachos, sufren de una megalomanía desmedida y una falta de humildad significativa. Se llenan la boca con palabras, condenan los ataques de otros y actúan de manera hipócrita. El ciudadano común, les ignora, ya ni les escucha. Sabe que está en manos de personas amorales, cuyo único objetivo es mantener su status y posición de poder; sabe que está en manos de personas que mienten compulsivamente sólo para seguir en el poder; personas que no tienen la dignidad suficiente para admitir que se han equivocado, personas que no tienen escrúpulos, tan sólo fingen tenrlos. Los líderes mundiales son algo así como títeres, la cara visible de la incompetencia, vergüenza e indecencia y eso lleva a la pérdida de confianza de su pueblo.
Durante la guerra de Torya, quienes partieron a luchar con sus ejércitos fueron los líderes de las ciudades estado griegas. A pesar de que cada una fuese independiente, supieron unirse. Los líderes se pusieron al frente y estuvieron dispuestos a todo. No en vano, Aquiles, Menelao, Odiseo, Ayax... son considerados héroes y la historia les recuerda porqué hicieron algo más que soltar discursos vacuos y engaños. No financiaron una masacre, quizás la perpetraron, pero arriesgaron su vida por defender aquello en lo que creían. No ordenaron a otros luchar por ellos. En le fondo, esconderse en un despacho, es uno de los mayores actos de amilanamiento que alguien pueda cometer. Hoy los líderes carecen de valores, ética y moral. Consideran que sus vidas y sus delirios son superiores a los de aquellos que están dispuestos a morir y a matar por ellos. Da vergüenza ajena. Debería suponer una deshonra ser tan hipócrita. Pero no, la indiferencia lo ha convertido en un triunfo.
Hoy, tenéis una alianza de países que no ayuda. Sois incapaces de poneros de acuerdo, de actuar conjuntamente y ayudar de verdad. Tenéis demasiado miedo a perder, a sufrir y eso es lo que os paraliza. Sin embargo, eso no es nada comparado con el terror y el horror que viven y sienten aquellos que son sepultados bajo los escombros y las bombas, que no tienen a dónde ir, que viven aterrorizados y ven como niños lloran desconsolados y mueren de inanición sin que sus padres, esos que les trajeron al mundo y les prometieron protección, puedan hacer nada para salvarlos. Saben que quién sí podría hacerlo, está mirando para otro lado. Elegimos ignorar el dolor ajeno y seguir con nuestras vidas porqué el yo o el nosotros, pesa más que el tú o vosotros. Estamos a una distancia física y emocional enorme con todos aquellos que sufren. Por desgracia, habéis configurado un mundo basado en dicotomías y eso tan solo evoca desigualdad y disparidad.
Nadie parece entender o querer entender el sufrimiento de miles de familias rotas, miles de familias que no saben nada de sus más allegados. Gente que pierde a sus hijos y llora desconsoladamente porqué una parte de ellos, ha muerto para siempre. Nadie parece entender cúan duro es preferir morir antes que vivir en un auténtico infierno. Otros, no saben nada de sus seres queridos y su corazón se compunge día a día al no saber noticias, al entender que por amor a la patria, sus seres queridos están dispuestos a entregar y perder su vida. La guerra es un drama del que nadie sana. Nadie detiene, muy pocos entienden pero por desgracia, todos aceptan. Y tiene tan solo un propósito: Matar, exterminar, arrebatar vidas, aniquilar otros humanos cuyo crimen ha sido nacer, creer y vivir en un lugar diferente, un lugar que ha sido su hogar pero otros codician para explotar y expoliar. En pleno siglo XXI, eso no debería poderse normalizar.
La guerra, la libran los hombres pero la ordenan y controlan los dioses (en vuestra época, la ordenan aquellos hombres que se creen dioses). Lo que esas personas no saben, o no entienden, es que no son ni siquiera hombres. Son villanos, tiranos, criminales, pero no hombres. Para ser hombre, es necesario saber qué es aquello que llamamos humanidad. Es necesario sentir algo más que odio y ambición; es preciso sentir compasión, es necesario tener conciencia. Por eso quienes no los sienten, son tan sólo almas podridas cuyo destino es el infierno; las mazmorras del Tártaro donde los mayores asesinos se encuentran con su destino. No hay gloria en la guerra, tan solo muerte y devastación.
Y ¿dónde queda el papel de las mujeres? ¿dónde quedamos nosotras? Hay pocas mujeres que vayan a la guerra, pero la explicación yace en nuestra naturaleza. Nuestro cuerpo, nuestras hormonas, nuestra alma, nuestras capacidades y sentimientos. El feminismo, a veces, parece renegar de ellos. No sé como podéis decir que habéis avanzado si ni siquiera os conocéis ni reconocéis como lo que en realidad sois. La igualdad entre hombres y mujeres es una utopía. Hay cosas que por mucho que uno quiera, no se pueden cambiar. Estáis tan empeñados en cambiar las cosas, en mejorar el mundo a nivel individual, en que todo vaya a velocidad vertiginosa según unos estándares irreales y desiguales que os olvidáis de la historia, del proceso, de la paciencia y la aceptación, os olvidáis de los demás, de los valores universales.
En términos de capacidad para gobernar; las mujeres poseemos ventajas para ciertas cosas. Nuestra sensibilidad y empatía hace que entendamos el mundo de otra manera y lleguemos a soluciones a las que ellos jamás llegarían. Yo, tuve la suerte o la desgracia, porqué como siempre, todo depende de cómo se mire, que cuando Odiseo partió, me dejó a cargo de todo, confió en mí y me dejó al mando. Nuestro hijo, Telémaco, no estaba listo para gobernar así que yo, tuve que sentarme en el trono de Ítaca, prometiendo a mi esposo que lo custodiaría hasta su regreso.
No me desesperé. Al revés, siempre confié en que él volvería, a pesar de saber que quizás, jamás lo haría. No tuve conciencia de lo que pasaba en Troya. Pero, si como vosotros hoy, hubiese visto las imágenes de todo el sufrimiento y dolor de los inocentes, habría hecho algo y no me hubiese quedado de brazos cruzados. Realmente, hoy en día comerciáis con el sufrimiento, el dolor y la muerte de otros seres humanos como vosotros. Lo utillizáis para justificaros de una manera cruel, por el mero hecho de que no lo sentís, la indiferencia que mostráis es desgarradora. Y nadie se salva. Habéis conseguido que hombres, mujeres, niños y ancianos, TODOS, sean indiferentes al drama de gente que parece estar condenada a morir calcinada, mutilada, aplastada por escombros de edificios derruidos por bombas con las que todas las economías mundiales, han hecho negocio. Silencio es complicidad. Y eso, debería sacudir vuestras conciencias. No podéis evitar según que cosas, pero tenéis voz, podéis protestar, podeís trazar un plan y exigir el fin de todo esto. Podéis leer, podéis informaros, podéis practicar algo más que el egoísmo.
Gobernar no es para nada fácil, se necesitan cualidades humanas que no todo el mundo posee. Los seres humanos occidentales, habéis avanzado mucho en derechos, o eso creeís pero yo no lo veo así. Habéis perdido cualidades esenciales. No sois valientes, no sois compasivos, no sois ambales, no sois solidarios, no sois libres pero pensáis o queréis creer que sí. El estado de bienestar es un castillo de naipes muy frágil y no estáis preparados para verlo caer. Queréis creer que siempre podréis vivir así, dando la espalda a lo que no os intersa, viajando por placer, consumiendo recursos en exceso, destruyendo el planeta. No os anticipáis a nada, llegáis tarde a todo y en lugar de intentr solucionar problemas, tan sólo buscáis culpables, para como he dicho al principio, evadir vuestra responsabilidad. No creéis en nada más que la libertad de hacer lo que a cada uno su voluntad le pida sin pensar en los demás.
En la mayoría de casos, lucháis para combatir los que no han seguido la misma línea, los que piensan diferente o proceden de un lugar diferente. Hay un afán por homogeneizar la sociedad, porqué lo distinto incomoda, es más fácil humillar que respetar. Sin embargo, habéis avanzado siempre en un entorno propicio y seguro, y en consecuencia no tenéis el valor necesario para enfrentar catástrofes y ayudar a otros que no están en vuestra misma posición. Cuando os pasa una catástrofe os veis tan indefensos y desprotegidos como aquellos a los que habéis ignorado. Pero exigís, que se os ayude. Me viene a la mente catástrofes como la de la DANA o los incendios de Estados Unidos. Y eso, es hipocresía.
Bienestar, dejadme deciros, que no siempre ha sido algo como lo concebís hoy. Es decir, en mi época, bienestar era poder mantener a tu familia, cuidar a tus mayores, estar con ellos, aprender de ellos, disfrutar de la naturaleza y sentirse parte del lugar en el que uno había nacido, lo defendías a muerte proqué era tu hogar, el lugar dónde podías identificarte con los demás. En mi época, los lugares y las personas se amaban y no se trivializaban ni se cambiaban constantemetne, eso es algo que la globalización ha permitido, pero la verdad, es que os ha empobrecido mucho. No me voy a poner de ejemplo, porqué es que creo que no os váis a identificar conmigo, pero debo decir que creía que lso seres humanos seríais mejores... y me duele el corazón al ver que no habéis aprendido nada, ni vaís a aprender jamás a menos que entendáis que necesitáis cambiar y parar.
Hoy, tan solo os amáis a vosotros mismos. Bienestar no depende de ser, no depende de valores como la bondad, la solidaridad o el amor. Hoy depende del nivel económico y del privilegio de haber nacido en lugares dónde un sistema ha prosperado lo suficiente para dar derechos en base a el status económico. Sólo afecta a los privilegiados que han nacido en determinados países o han podido emigrar a ellos. Cuando se emigra, curiosamente las personas más respetuosas y agradecidas no son las que pueden comprarse un yate, una casa o una mansión, sinó que son aquellas que vienen de lugares remotos, que no han tenido nada y se les brida la oportunidad de poder mejorar. Esos son los inmigrantes a los que tanto se desprecia y no los turistas, que llegan, ensucian ciudades, no saben ni están interesados en aprender idiomas o costumbres del lugar que visitan, pero tienen dinero que les permite ser dueños del mundo. Dependéis todos de todos más que nunca, pero no os apreciáis, no estáis unidos, os enfocáis en las diferencias, el orgullo propio y el individualismo excesivo.
Hoy, asociáis seguridad a estado, seguridad a un buen nivel económico, pero en realidad, antes, cuando yo habité esta tierra, la seguridad dependía de factores muchísimo más humanos. Amor, lealtad, confianza y fe, en cierta medida entendíamos que todos dependiamos de todos para sobrevivir. Hoy, el hecho de que todo humano tenga su dinero, su casa, no hace que la sociedad o la familia sea vista como una colectividad sino como diferentes individualidades y eso es muy peligroso, porqué se crea algo que debe de ser colectivo en base a diferentes egos. El individualismo es un mal que os impide apreciar al otro, ver más allá de vuestro propio ombligo y entender que juntos, sois mejores.
La inmediatez, la prisa, la velocidad, es lo que controla un mundo muy difícil de entender. Hoy, yo no hubiese aguantado veinte años, no hubiese esperado, no hubiese protegido el lugar que le correspondía a mi marido, porqué hubiese sido egoísta. Yo siempre entendí que debía ser un equipo con él, ayudarle y ser y estar para él así como él estuvo por mí, a pesar de tener que esperar. Creo que honré el principio del matrimonio, respeto y lealtad. Pero eso, sin ceder no se puede comprender. Ni por una parte ni por otra. Las mujeres somos mucho más poderosas que los hombres. Tenemos sensibilidad, ternura y amor pero a menudo despreciamos esas cualidades para equipararnos a ellos. No es que sobrevivamos, es que queremos ser más, queremos pensar que merecemos un respeto que en ocasiones, tampoco brindamos, porqué nos cegamos y ya no entendemos qué es una familia, no entendemos qué es un hogar, tan solo entendemos que el dinero todo lo puede comprar o nos puede permitir comprarlo.
Los hombres deberían educarse y cambiar. Son criaturas que conocen el amor pero el amor, es un sentimiento y no un instinto. Ellos luchan con sus instintos hasta entender que el amor, no es algo que se pueda elegir. Si lo consiguen, es algo que honrar y valorar. La desgracia más grande es que quizás, el feminismo de hoy, se mal entiende. Las mujeres quieren ser como los hombres. Se dice que quieren tener los mismos derechos pero en realidad, están dejando de lado nuestros valores, lo que nos diferencia y ha diferenciado desde tiempos inmemoriales para ser igual a ellos. A veces, pienso que queríamos que ellos pariesen si pudiesen. Eso es perder la identidad, mimetizarse con el otro, olvidarse de lo que en realidad nos diferencia pero nos une, de lo que nos hace únicas, nosotras no seremos iguales a ellos y ellos no serán jamás iguales a nosotras. En la diferencia se halla la virtud, pero hay que honrarla y respetarla. La libertad es poder elegir ser lo que se es, aceptarse y amarse.
Y el matrimonio es algo más que enamoramiento. Un hombre que ama a una mujer, sabe entender que no todas son iguales y que no todas le sabrán dar lo que realmente necesita. Nuestro mito (el de Odiseo y el mío) no exime a las personas de su auténtica naturaleza. Al revés, hace muy constatables las diferencias entre las mujeres y los hombres, nos define como seres humanos imperfectos y deja entrever las fortalezas y debilidades de ambos sexos. Enseña que el amor, cuando es verdadero, acaba triunfando. Al ser él hombre, me hubiese dejado por Circe, por Calipso, de hecho se quedó en sus islas y tuvo relaciones con ellas, placeres momentáneos. Sin embargo, al final, regresó a su hogar, al lugar dónde sabía que le esperaba todo aquello que había menospreciado. El lugar dónde tenía realmente una familia, seguridad y amor incondicional. Hoy, eso es prácticamente imposible. El orgullo es más fuerte que reconocer que el amor es respeto, es perdón, es resignación y renuncia, no solo goce y admiración. Algunos dirán que yo perdí la dignidad, pero bajo mi punto de vista, la conservé, la honré y cumplí lo que por amor, una vez prometí.
Quiero la libertad de las mujeres, quiero su independencia, su empoderamiento, pero no quiero el desprecio que tienen hacia los hombres, no quiero confrontación, quiero conciencia, perdón y compasión. Quiero educación, quiero que el amor se defina en base a valores y conciciliación, no en discrepancias; en conocimiento y no en ansias. El feminismo, a veces, parece olvidar eso. Es muy cómodo luchar con un megáfono y no a través de la educación, es muy cómodo homenajear a las mujeres y dejar de lado a los hombres porqué ellos han sido "los protagonistas" de la historia. Si a lo largo de la historia, el patriarcado ha definido un modelo de vida, no se puede cambiar en dios dias. Habría que buscar conciliación y no confrontación. Hay que atacar al sistema y no sólo a los hombres porqué las esencias rara vez, cambian. Todos los seres vivos sobrevivimos en este mundo de locos, como podemos, con normas y jerarquías y eso debe entenderse. Nadie pesó que yo podría reinar, pero lo hice y fui mujer. No falté el respeto a nadie, simplemente fui fiel a mis ideales.
Traté de mantener la compostura y la calma, siempre. Me aferré a su recuerdo y a la esperanza. Mi astucia, me ayudó a urdir un plan para disuadir a los pretendientes que como buitres llegaron a palacio en busca de poder. Su intención no era amarme a mí, sino amar el trono y siempre fui muy consciente de ello, por eso pude prevenirme. Así que, cuando se presentaron para conseguir mi mano, les dije que elegiría pretendiente cuando acabase de tejer un sudario para mi suegro, que tejía por la mañana y destejía por la noche. Así, les obligaba a esperar y esperar.
Al haber pasado veinte años, me pasó algo muy curioso. Le había esperado tanto que cuando por fin pisó de nuevo Ítaca, no le reconocí. Su rostro había envejecido, su cuerpo se había encogido y parecía un viejo vagabundo. Tan sólo Argos, nuestro perro, lo reconoció. No se guió por su aspecto, no lo juzgó, tan sólo lo olió, lo lamió y a sus pies, exhaló su último hálito de vida. Yo, que tanto le había esperado y anhelado, pensé que era un pretendiente más, otro que se instalaría en el palacio y esperaría a que lo eligiese entre uno de ellos. Ya no recordaba ni su voz, ni su rostro. Sus ojos me resultaban familiares, en ellos podía perderme pero le confundí con uno más. Mi mente le dejó atrás pero mi corazón lo conservó. No fue él, no fui yo, fue el amor.
A veces uno aprende a olvidar, porqué recordar duele demasiado. Sin embargo, la esperanza siempre sigue latiendo, se mantiene viva hasta el final y eso fue lo que me permitió resistir. Preservar el valor de la vida es lo que nos empuja a seguir pensando que la existencia vale la pena. A veces, la respuesta, a pesar de que el sistema diga lo contrario, no está en el yo, sino en el "nosotros", "tú y yo", en vernos como lo que somos, miembros de una misma especie capaces de hacer el bien y destronar al mal con amabilidad, paciencia, respeto, amor y valentía.
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