ÍCARO O LA CONCIENCIA DE LA DESOBEDENCIA
Mi nombre es Ícaro y soy el hijo de Dédalo. Mi padre era arquitecto. Vivíamos humildemente en Creta antes de ser contratados por Minos para construir un laberinto en el que encerrar al Minotauro. Mi historia, como tantas otras, es una tragedia que ilustra el drama de aquellos que están retenidos en un lugar del que no pueden escapar. Ilustra la desesperación, la angustia y el anhelo por la libertad por algo que aquellos que la poseen dan por sentado; algo que debiera ser universal, pero al final, es tan sólo el privilegio de unos pocos.
Minos, era el rey de Creta. Por haber intentando burlar a Poseidón y quedarse un toro blanco que debía ofrecerle en sacrificio, el Dios del Mar, colérico, hizo que la mujer del rey, Pasífae, yaciese con ese toro. De esa unión salió una aberración. El Minotauro. Un ser mitad hombre, mitad toro que atemorizaba a todos. Ya desde pequeño, causaba terror a quién se atrevía a mirarlo. Sus ataques de ira jamás se calmaban. A medida que iba creciendo, los destrozos que causaba eran cuantiosos. Empezó a desarrollar un apetito voraz por la carne y le daba igual si era humana, de ave, de cerdo o de carnero. Ese comportamiento preocupó a Minos.
Y decidió encerrarlo en un lugar del que jamás pudiese salir. Un laberinto. Para construirlo, llamó a mi padre y le ordeno diseñarlo. Yo fui a ayudarlo mientras él supervisaba su construcción, Lo que no imaginábamos es que nos quedaríamos encerrados en él y que nadie haría nada para sacarnos de ahí. Si la criatura estaba ahí dentro, posiblemente, nos encontraría y nos devoraría.
Así que tuvimos que ser rápidos. Aquello era una ratonera. Le dije a mi padre que podríamos construir unas alas para salir volando. Había plumas de palomas y otras aves en el suelo, así que, si podíamos juntarlas usando cera como adherente y crear algo parecido a unas alas, quizás, batiéndolas y con ayuda del aire, podríamos salir. Mi padre propuso coser las plumas y aglutinarlas con cera de vela. Nos pusimos manos a la obra y en menos de una hora las tuvimos hechas. Me las puse y él se puso las suyas. Con el soplo de Eolo, empecé a alzarme, volé y salimos del laberinto pero no me conformé con simplemente salir. Cada vez, subía más arriba, mi padre me avisaba y me recordaba que no debía subir demasiado. Pero yo, quería saber qué se siente al estar sobre las nubes, al contemplar el mundo a vista de pájaro. En mi delirio, no me dí cuenta de que cúanto más arriba, más cerca del sol. La cera empezó a derretirse con los rayos del astro rey, pero yo, ensimismado y encantado como estaba, no lo noté. Seguí volando, hasta que las alas fallaron, las plumas se dispersaron y me quedé sin sustento. Caí en medio del mar en una isla que posteriormente se llamó Ícaria.
Desobedecí. Supongo que era demasiado joven para calibrar los riesgos. No escuché a mi padre, tan sólo quise volar, soñar, ser libre, pensar que no existen los límites. Disfrutar. Y eso me costó la vida. Muchas veces, somos inconscientes, inocentes. Los jóvenes, tan sólo queremos disfrutar, padecemos de hybris pero no sabemos qué es en realidad. Nos creemos inmortales, nos creemos reyes. Pero la verdad es que deberíamos escuchar los consejos de aquellos que antes que nosotros, han sido jóvenes. Aquellos cuyos cabellos blancos, arrugas desdibujadas y miradas cargadas de afecto y amor, intentan advertirnos acerca de los peligros que nos acechan. La experiencia es la mejor maestra y ellos la tienen. Nosotros, no. Pero queremos adquirirla y quizás, para ello, debemos equivocarnos, frustrarnos.
Normalmente, no sabemos a dónde vamos, necesitamos ser guiados pero no adoctrinados ni engañados. Necesitamos encontrar nuestro lugar en el mundo sin alejarnos del todo de aquellos que siempre han estado, que nos aman, que quieren lo mejor para nosotros. Los padres, son referentes y sin ellos no estaríamos aquí pero tienen que dejarnos ir, dejarnos ser. La manera de ver, sentir y estar en el mundo es distinta en padres e hijos. El tiempo nos cambia pero el amor permanece intacto. Quieren lo mejor para nosotros pero a menudo, nosotros, no lo comprendemos o tan sólo lo comprendemos cuando es demasiado tarde, cuando pasamos por lo mismo.
Mi historia cuenta cómo a pesar de todo, a pesar de que mi padre me había avisado, yo no escuché. Si alguien cree en algo, debe poder perserguirlo pero es necesario calibrar los riegos, escuchar los consejos de aquellos que antes que han recorrido el camino antes que nosotros. Mi decisión fue alcanzar el sol, liberarme de la prisión en la que me hallaba. Me cansé de planear y quise volar más alto a pesar de saber que podía acabar mal. Por mi inconsciencia, dejé a mi padre sin hijo, tuvo que aprender a vivir sin mí. Sé que se hubiese cambiado por mí, sé que hubiese querido que me hubiese quedado a su lado. Pero quise volar, quise partir, tentar la suerte, ser libre, caer y permanecer siempre en el recuerdo. Esa fue mi catarsis, el error, la equivocación que me liberó y me hizo sentir más libre y vivo que nunca. Tocar el sol, alcanzar lo inalcanzable. Ser consciente de que mis actos, tendrían unas consecuencias.
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