NUREDDUNA: AMOR, PIEDRAS, PATRIA.
Mi nombre es Nuredduna. Y fui una sibila que vivió en la isla de Mallorca hace miles de años. Durante aquel período de tiempo, puedo decir que fui muy feliz. Vivía en Ses Paises d'Artà con mi pequeña tribu y no sentía que necesitase nada más que la compañía de aquellos que me amaban y a quienes yo amaba. No sentía que desease más que lo que esta tierra tan preciosa nos regalaba a diario.
Me sentaba junto a los niños y les entonaba melodías arcaicas, les contaba historias, hazañas protagonizadas por aquellos que habían estado entre nosotros, pero que por desgracia ya se habían marchado. Sus aventuras, formaban parte de nuestra identidad, de nuestro pueblo. Nos habíamos afincado y edificado en esta localidad gracias a ellos. Por eso, a los más pequeños, quería transmitirles uno de los legados más grandes que uno puede enseñar, la historia, el respeto y afecto hacia los mayores y hacia los demás, así como también hacia la madre naturaleza.
Un día, mirando al horizonte vi una embarcación. Mi padre, que era el jefe de la tribu, interpretó que aquellos invasores eran una amenaza para nuestro pueblo. Y como nuestras tradiciones así lo manaban, decidimos capturarlos para después ofrecerles en sacrificio los dioses para aplacar su ira.
Así que cuando desembarcaron, les tendimos una emboscada, los capturamos y encerramos. Sin embargo, uno de ellos captó mi atención y cautivó mi corazón. Se llamaba Melesigeni. Traía con él, una lira un instrumento musical que cada noche tocaba, deslizaba suavemente sus dedos sobre el instrumento y de él, salían las notas más bellas que yo jamás había escuchado. Sonaba como un canto nostálgico hacia su tierra natal. Yo me sentaba y escuchaba embelesada durante horas aquella melodía. Él me veía, me miraba y a pesar de vez en cuando en su rostro dibujaba una sonrisa. Nos entendíamos con gestos y no con palabras. Me enamoré perdidamente, su mirada me fascinaba. Envidiaba aquella lira, cómo sus dedos se deslizaban sobre sus cuerdas y acariciaban la silueta de la lira. Me despertaba una gran curiosidad, quería aprender más de él, que me contase qué le había llevado aquí, quería contarle todo acerca de esta isla. Creo que el amor es eso, un anhelo intenso por querer saber todo del otro ser, integrarlo en ti, en tu vida, en todo lo que piensas, sientes y vives.
Quería aprender de otra cultura. Intenté mediar con los jefes de la tribu y les imploré que por favor no lo matasen, propuse integrarlo en nuestra tribu, mas todos mis esfuerzos fueron en vano. Me partía el alma verle sufrir, llorar y añorar su tierra y su gente. Como yo apreciaba la mía, entendía que él, lo hiciese con la suya. Al final, somos de dónde venimos, de dónde hemos nacido y eso es algo que no podemos cambiar. La lengua, la cultura, la tierra y el amor por todo aquello que nos configura y nos distingue del resto. Por eso, hay que apreciar todos esos elementos que forman parte del lugar al que llamamos hogar.
Así que, movida por una mezcla de amor, compasión y empatía, decidí que por la noche, antes del amanecer, lo liberaría. Merecía irse, ser libre y feliz. Cuando todos dormían, entré a la prisión y le quité las cadenas. Me cogió las manos, las acarició y me dio las gracias con la mirada. Parecía invitarme a partir con él, a empezar una nueva vida, pero sabía que alguien debía dar la cara y responsabilizarse de los actos cometidos. Le amaba, y creo que hice lo correcto, una parte de mí ansiaba partir pero no quería ponerle en peligro, no quería que nos siguiesen o que le pasase nada malo, así que le solté las manos. En mi rostro, se esbozó una sonrisa y dejé que se marchase, a pesar de saber que mi corazón se rompía.
Le vi partir con lágrimas en los ojos, desconsolada, fue entonces cuando me giré y me dí cuenta de que había dejado su lira. La cogí en mis manos y me quedé de pie, oteando el horizonte hasta que su pequeño barco fue imperceptible. Me senté en un acantilado y la abracé tan fuerte como si le abrazase a él, como si jamás se hubiese ido. Al alba, aquellos que yo consideraba compatriotas, vinieron a por él y me encontraron dormida y abrazada a su lira. El jefe del poblado, aquel al que yo llamaba padre, enfureció. Me dijo que había sido una traidora y que la ira de los dioses se cerniría sobre nosotros si no ofrecíamos un sacrificio. Me miró lleno de desdén, rencor y decepción y me dijo que él ya no tenía una hija, que ya que había dejado escapar al prisionero y había traicionado la confianza de nuestros compatriotas, yo ocuparía su lugar.
Con resignación y sin fuerzas para contradecir la injusticia, acepté mi destino. No podía esperar que la sociedad comprendiese un sentimiento tan noble como el amor a un extranjero, no podía esperar que nadie sintiese empatía cuando habían cerrado sus ojos y su corazón a la compasión, cuando hubiesen sido capaces de matarle por el mero hecho de habar desembarcado a una tierra que para él era nueva, no podía esperar piedad de personas cuya única obsesión era apaciguar la ira de los dioses y ofrecerles en sacrificio la vida de alguien inocente. Así que me resigné y cuando estaba punto de morir, escuché algo. Las piedras que me lanzaban salvajemente, aquellas que me golpeaban el cuerpo, parecían hablarme. Antes de expiar, quizás por el dolor y el delirio escuché esto: "Per un batec de l'ànsia en que ton cor expira, daríem les centúries de calma que tenim" es decir "Por un latido del vehemente deseo con el que tu corazón expira, ofreceríamos las centúrias de calma que tenemos."
Morí dónde viví, dónde crecí, donde conocí el amor y aprendí que la libertad es actuar acorde a lo que tu corazón dicta. Hay que amar, respetar y comprender. Hay que viajar para expandir horizontes pero no masificar las ciudades. Hay que aceptar que no somos todopoderosos y no siempre es posible hacer lo que queremos. Hay que aceptar que a veces, las responsabilidades y los deberes para con el resto son más fuertes que nuestros deseos más vehementes. Que el primer derecho humano es el respeto a la libertad y la dignidad de la vida de todos (y no solo a la de los nuestros) y deberíamos ya haber aprendido que hemos de tratar al resto como nos gustaría que nos tratasen. Hay que tener mucha más empatía, abrir el corazón a aquellos que no son tan afortunados como nosotros.
Para algunos, viajar, meterse en un barco y lanzarse al mar, supone arriesgar su vida y las de aquellos que aman en busca de un sueño, un idilio. Hoy, Melesigeni, el amor de mi vida, sería una de esas personas y si alguien no se hubiese compadecido de él, quizás hubiese encontrado la muerte. El Mar Mediterráneo se ha convertido en un auténtico cementerio y a nadie parece importarle. Esas personas, viajan desesperadas en busca de un
hogar mejor, en busca de un lugar que les acoja y les trate como lo que son, seres humanos con dignidad y derechos. Pero llegan sin nada y por eso son considerados una
amenaza, no pueden aportar esas cosas por las que los occidentales viven
hoy en día, dinero y productividad, nadie se compadece de ellos, se les trata como mercancía, como algo sin valor. Por eso, actuamos
indiferentemente, porqué asumimos y convencemos al resto de que sus vidas no valen lo mismo que las nuestras
por algo tan deleznable como el materialismo y capitalismo salvaje que nos esclaviza, nos insensibiliza y nos deshumaniza a todos, a nosotros, más que a ellos.
Sin embargo, existe otra cara de la moneda. Gracias a la globalización, para la mayoría de personas, viajar es un hobby, un derecho y no supone poner la vida en peligro. Lo que si supone es una desconsideración enorme hacia los habitantes de los lugares que se vistan, así como hacia la naturaleza, el paisaje de lugares que se están arrasando, edificando y masificando por mero capricho de personas que no se conforman con haber nacido en un lugar privilegiado. La codicia y la ambición, la idea de que no debemos conformarnos nunca, que podemos irnos a dónde queramos, cuando queramos porqué queremos, nos desvincula de nuestros orígenes y no nos hace ciudadanos del mundo, sino esclavos de nuestros deseos, de nuestro ego y la presunción de que querer es poder, nos hace ignorar las advertencias de autoridades (y no me refiero a los políticos) sino a los científicos y académicos, al planeta y a la naturaleza. Se han pasado seis de los nueve limites planetarios por el estilo de vida que se está llevando en los países más ricos, pero todo el mundo sigue viviendo y consumiendo como si no hubiese un mañana. Las conciencias de las personas hoy, están anestesiadas, el individualismo excesivo hace que cerremos ojos, oídos, boca y corazón hacia todo lo que no nos afecta directamente. No sé quién, hoy, liberaría a alguien inocente y se jugaría la vida. No sé quién, aceptaría sacrificarse por amor al prójimo.
Antes, uno viajaba para aprender y ampliar horizontes, para ver qué había más allá del mar. Quienes viajan hoy, lo saben perfectamente, ya lo han visto a través de una pantalla y quieren ir a vivir, a disfrutar pero no quieren aprender y los que los recibimos tampoco parecemos querer saber más de ellos. Se convive, pero no se aprecia nada ni nade que forme parte de un ser humano distinto más allá del dinero que pueda dejarnos. Me asusta ver en qué hemos convertido el mundo. Somos extraños en un mundo en el que deberíamos ser todos hermanos, en el que existen los recursos suficientes para que así sea.
Aquí, desde la bahía de Palma, con cierta nostalgia, parezco esperarle eternamente a pesar de saber que en el fondo, no volverá. Todos los que vienen son muy distintos a él. Veo con una gran tristeza, el deterioro del lugar que una vez fue mi hogar; como ni los de habitantes de aquí ni los foráneos aman la tierra en la que viven y que pisan. Veo, con una enorme desilusión, como no cuidan la naturaleza. Veo, como todo el mundo quiere venir a vivir y a veranear aquí, pero no se ponen límites y eso hace que el humo de todos los coches que pasan tras de mí, los barcos que pasan por delante y los aviones que surcan el cielo, inunden el aire de polución. En frente, mirando al mar, contemplo como pasan cada día una gran cantidad de cruceros, barcos que contaminan estas preciosas aguas, aguas en las que la gente se baña y no es consciente de lo contaminadas que están, miles de peces que mueren sofocados e intoxicados. Veo a personas que no saben dónde van ni porqué, que no disfrutan de nada más que caminar con un móvil en la mano y hacer fotos a todo lo que les resulta "curioso". Veo a personas que ni siquiera saben mirarse y descifrar el lenguaje de las miradas, que incluso se enamoran a través de las pantallas, no se reconocen como iguales, no se quieren conocer, quieren simplemente pasear, vivir un romance de verano para quizá no volver a verse jamás. Aquellas historias acerca de identidad, naturaleza, amor y respeto que contaba a los más pequeños parecen haber caído en el olvido más profundo.
El planeta sufre más que nunca y nosotros parecemos ignorarlo. Sacrificamos primero a los migrantes y después a los nuestros, a favor de los extranjeros, a favor del dinero. Y eso es un error. Sería necesario quizás conformarse con lo que se es, apreciar más las cosas que nos hacen ser lo que somos y de dónde somos y no siempre anhelar y anhelar algo como viajar por capricho, porqué sí. Sería necesario parar todo esto, criar a personas más humildes, más sensibles, más sensatas, dispuestas a renunciar a necesidades irreales y autoimpuestas como el vivir de manera tan hedonista sin tener en cuenta a los demás. Un extranjero, para mí debería poseer algo que pocos poseen, humildad y respeto y un habitante local también. No vender sus casas a cambio de cantidades estratosféricas de dinero.
Yo jamás pude ser extranjera pero tengo claro que me hubiese fascinado entender, comprender, aprender todo aquello que a mí me faltaba, cultura, lengua, conocimiento, tradiciones, costumbres... Y hoy, no veo a nadie que quiera hacerlo. A los que vienen buscando un futuro mejor, no hace falta los matemos, porqué miles de ellos, mujeres y niños incluidos, encuentran su muerte intentando cruzar el Mediterráneo. Mientras, a los que vienen dispuestos a gastar dinero, buscando un presente que dan por supuesto, les dejamos ensuciar la isla, comportarse de manera incívica y hacer lo que quieran con los recursos de la isla. Los habitantes autóctonos, permanecemos impasibles e indiferentes a un drama humanitario, pero vemos como al alquilar una casa a alguien con ingresos similares o superiores a los nuestros, los ingresos, aumentan favorablemente. Los dramas parecen ser desoladores sólo para quienes los viven y no pueden escapar de ellos. Pero para mí, el mayor drama de hoy, es la falta de conciencia, espíritu crítico y actuación de quienes no quieren salir de una zona de confort que se tornará contra ellos en cualquier momento, de quienes confían en unos ingresos s políticos con alma podrida, que no aman nada más que algo tan sucio como el dinero y encima, se lo quedan. No hemos evolucionado tanto como creemos. En términos humanos, creo que hemos retrocedido muchísimo.
Él, dejó aquí su lira. Yo, al morir, dejé mi corazón aquí, en mi tierra pero una parte de mí, se fue con él. Mi amor, por mi tierra fue más fuerte que mi voluntad por un futuro que me prometía lo que tenéis hoy, libertad y hedonismo ilimitado. Ahora me pregunto: ¿Qué dejan los que vienen aquí? ¿Qué dejamos los que estamos dispuestos a maltratar y vender nuestra tierra al mejor postor?. La gloria no la da el dinero. Y es una reflexión interesante que deberíais haceros. Cuando no quede nada, muráis de éxito, porqué entre todos habéis destruido lo que es parte de vuestra alma ¿a qué apelareís?.
Al final uno es lo que da y parece que sólo queremos recibir. ¿qué os dirían las piedras que amontonaís en las playas desbaratando un ecosistema para hacerles una foto y colgarlas en las redes sociales?
Deberíamos repensar lo qué estamos haciendo con nuestros hogares, con el planeta y con todos los que hoy habitan en él, deberíamos pensar qué les dejaremos a aquellos que mañana deban habitar un hogar que quizás se torne en su contra, un hogar dónde ya no habrá cohesión social, donde no habrá amor a nada más que la tecnología, la riqueza y el hedonismo, donde no habrá empatía ni compasión. Tan sólo quedará la indiferencia que miles de personas tanto las nacidas aquí, como las de otros lugares que se instalan aquí, dejaran. Nadie salvará a nadie, excepto a sí mismo. Sacrificaremos y ningunearemos a aquellos que sí defienden y aman todo lo que se nos olvida, pero entonces quizás sea tarde para recuperar todo el valor inmaterial perdido.
Todo lo que amo parece diluirse en el tiempo, excepto los recuerdos. Honradlos.
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